jueves, 26 de mayo de 2016

Había una vez...

Había una vez un chico llamado D. Era Español de nacimiento pero pertenecía a otra etnia y había vivido en el país de sus padres con sus abuelos hasta los 8 años.
Fue entonces cuando volvió a España con su familia que se había quedado aquí trabajando. Sin saber una palabra de Español fue al colegio.

Con aproximadamente 10 años empezó a ir al negocio familiar después de clase para echar una mano y aprender el oficio que de mayor heredaría.

Pasó el tiempo y aprendió lo mejor que pudo el idioma, hizo amigos y se convirtió en un chico bastante normal ¿pero a qué llamamos ser normal?

Tiene casi 15 años y va al instituto, se prepara la comida, hace las cosas de la casa, va a clases particulares para hacer los deberes, ayuda en el negocio por las tardes y llega cansado a casa. 

Le gusta jugar al fútbol y los viernes se va a echar partidos con los amigos que a veces incluso le esperan impacientes en la puerta del sitio donde va a particular.

Hace tiempo que gana dinero por trabajar y puede permitirse comprarse muchas cosas que le apetecen, mucho más que el resto de amigos de su edad.

Es muy bueno y tiene un corazón enorme. Invita siempre a chucherías y se ofrece a pagar cuando alguien dice que quiere algo.

En el instituto y en particular ayuda a un chico extranjero que a penas sabe español, hace de interprete entre él y los profesores.

A veces la gente se aprovecha y le piden que invite porque saben que va a decir que sí con una gran sonrisa. Parece que le encanta ayudar a los demás, hacer cosas por ellos, verles felices por alguna cosa que viene de él.

Le encanta cocinar, quiere estudiar para ser cocinero y tener su restaurante con la comida que quiera hacer. Desea tener pronto una mujer y algunos hijos. Una buena familia.

Para D eso es lo más importante, la familia. Piensa que si alguien le diera mucho dinero a cambio de su vida, él la daría con gusto si gracias a eso los suyos tuvieran la vida resuelta.

Está muy agradecido porque no le falta de nada, pero sabe que sus padres han tenido que esforzarse mucho para que eso sea así y por eso valora su trabajo y sabe lo que cuesta ganar dinero.

En el último cuatrimestre de matemáticas tocaba geometría. Necesitaban regla, compás, escuadra y los demás cachivaches.
Hay niños que no andan bien de dinero en casa y no pueden permitirse comprarlo. Él los ha comprado para varios compañeros y los ha llevado a clase, la profesora iba a pagarlos, pero él ha insistido en que no. Ese día la maestra le invitó a un pastel a la hora del recreo.

Tiene cara de gamberro y en la calle con sus amigos, seguramente lo sea lo un poco, pero nada grave. Le gustan los petardos, los deportes y sobre todo los videojuegos.

Suele quejarse cuando hay deberes de inglés y examen de sociales y de naturales porque a veces no entiende todas las palabras y le cuesta, pero es el chico más feliz del mundo cuando toca ejercicios de matemáticas.

Os contaré cual ha sido su última ocurrencia...

Hace tiempo que va al mismo sitio a las clases particulares por la tarde y ya tiene confianza con sus profes e incluso bromean, charlan de todo y se tienen mucho cariño. Le encanta ir a particular.

Sus profes hace tiempo que no encuentran trabajo y por eso llevan años dando clase para sacar algún dinero.

Un día él habló en privado con una de ellas y le contó que estaba preparándole una sorpresa a la otra. Pasaron algunas semanas y D hizo todos los tramites necesarios pacientemente para que todo saliera perfecto. Hasta los compañeros de clase sabían de que se trataba y él solo tenía ganas de ver la cara se su profe cuando viera lo que tenía entre manos.

Llego la hora de clase del día esperado y cuando entró por la puerta lo hizo con una emoción y una sonrisa que le ocupaba toda la cara.

Sacó algo de la cartera y se lo dio a la profe que le miraba expectante. Era un móvil, D le había comprado un móvil de segunda mano porque sabía que con lo que ganaba de las clases era difícil que pudiera comprárselo ella misma.

Se acercó a ella y le dijo: ahora puedes hablar por whatsapp, dame tu número.

Ella se quedó sin palabras, solo puso cara de tonta con el teléfono entre las manos y le dio las gracias. 

Fue a por una bolsa que tenia con caramelos de café y se los regaló, sabía que le gustaban y que nunca encontraba donde comprarlos.

Cuando se los puso en la mano a él se le quedó la misma cara de felicidad por el regalo como si le hubieran dado 100 euros.

Hay que ver como son las cosas. Que importante es enseñar, dar tu tiempo con cariño a ayudar a los demás, escucharlos, aconsejarlos y transmitirles todos los valores.
Algunos ya los traen de fabrica y son ellos quienes se los dan a los mayores. A veces nos enseñan quienes menos esperamos.

Aún se puede creer en el ser humano, en el amor, en el compañerismo, en la amabilidad, en la bondad, en la generosidad. Todavía hay esperanza.
 

6 comentarios:

  1. Es una lástima que muchas veces, demasiadas, ese amor, compañerismo, amabilidad, bondad, generosidad y esperanza tengas que buscarlos debajo de una piedra.

    Oye mi querida humana, todavía no me has dicho nada de la fase 4 argggghhh

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    1. Ayer hice el examen jaja hoy estoy poniéndome al día antes de seguir con siguiente. Hasta dentro de dos semanas no tendré la libertad que necesito para dedicarme a estos menesteres como se merece. Abrazo mi querido cojín

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  2. Hola Sara, encantador relato. Saludos.

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  3. Por supuesto que sí, amiga mía. Me ha encantado tu relato. Es un canto a la esperanza. Y esa jamás debe perderse. Siempre pensamos que el mundo está fatal, que vamos camino de la perdición, cuesta abajo y sin frenos. Pero yo estoy convencido de que las personas como D no son la minoría, sino todo lo contrario. Lo que pasa es que siempre es más fácil fijarse sólo en lo malo, y lo bueno siempre pasa más desapercibido. Y por eso precisamente, te doy las gracias por haber escrito estas letras, que comparto con sumo placer.

    Un fuerte y emocionado abrazo.

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    1. Encantada de verte por aquí. Muchísimas gracias. Tú siempre escribes unas preciosas historias que hacen pensar, reflexionar, darnos cuenta de cosas que a veces, como dices, nos pasan desapercibidas. El humano es tan tonto que mira el dedo cuando le señalan la luna. Me encanta que te haya gustado. Un abrazo, mi querido amigo Alfredo.

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